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El gesto más atípico y espontáneo que hemos podido ver en todas nuestra trayectoria fue el que tuvieron Lucía y Ángel el día de su boda. Después de vestirse en sus casas, rodeados de familiares, se sintieron tan nerviosos que se llamaron por teléfono y se escaparon a desayunar juntos antes de pasar por el altar. Rompieron la tradición la transformaron en una intimidad precisosa. El café que tomaron juntos -nos confesaron- fue de lo más relajante.
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